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Carne rota
Flavia Pantanelli
Lapiceras Anterior Un barco, quizás Siguiente

Servime otra caña, Turco.

Y cómo querés que ande, Turquito. No puedo pisar bien del todo, me tira la pierna, a más, de noche, no sabés lo que quema. Y mañana tengo que volver al puesto, todavía con la pierna inútil. Y ahí va a estar el patrón.

El patrón de mierda y su perro también de mierda.

Lo calé enseguida, apenas lo vi, que ese perro era jodido. Fue al pedo decírselo a Don Julio, qué me iba a dar bola, creído, como todos los de ciudad. No, si el patrón es mas gil con los perros que con las minas. Al menos este no lo cornea, pero ya le bajó como tres terneros. Pedazo de perro es, para qué te voy a mentir. Un ovejero como hace mucho que no se ve.

Dame otra, Turco. Sí, ya sé. La última. A ver si se me apaga un poco algo, acá.

Salud, hermano.

Mirá que le dije, al viejo podrido, que el Rob se le estaba cebando. Volvía de la ronda, y lo vi corriendo a los cebuces, entreverado con otros perros, de esos que cruzan el alambre caído por el lado de la zanja. Y yo de perros sé largo rato. Un rato largo sé, para qué te voy a mentir. Se lo vi en la mirada. La mirada roja del perro cebado de sangre. Se debe haber cebado primero de hembra, después se debe haber cebado de sangre.

Qué carajo importa si un perro es de raza, o de monte. Un perro es un perro y, o tiene huevos, o no tiene. Y este tiene, este tiene.

Creeme, Turco.

Por esta.

Yo venía al tranco, medio abriendo la boca, visteando el maíz quemado de la seca, y el Rob y los otros meta torear y tirarle al garrón al tobiano y yo, quietos, mierda, le quise tirar un lonjazo que justo que se me levantó el animal y me vine al suelo, que ahí nomás lo tenía encima, pura espuma el hocico.

Me agarró la pierna, por acá, todo por este lado.

No.

Al principio no se siente.

El bicho traba y ahí se queda, esperando. Te mira quieto y uno capaz hasta se lo toma a joda. Después, cuando ves que no larga, cuando sigue, y empieza despacito a doblar la cabeza para la derecha sin dejar de mirarte con esos ojos de diablo, y tira para la izquierda, y dele gruñir, siempre con ese relumbrón en los ojos, tira de la pierna y sentís como un trac y después otro trac de la carne, los tendones cortándose, reventándose, ahí tampoco sentís dolor. No es dolor lo que sentís, es otra cosa. Y cuando empieza a saltar la sangre, te quedás mirando porque no entendés qué es eso que te estás mirando. Ahí tampoco.

Ah, me das la yapa. Está bien, Turquito. Está bien.

Pero a ver si me agarro una curda y después le van con el cuento al patrón, que lo vieron a Caballero salir borracho de lo del Turco.

No duele. No.

El dolor viene después, cuando la cosa empieza a enfriarse, y te ves la carne colgando del costado, y sentís algo ahí que te late, y no es el corazón porque está en la pierna, más abajo de la rodilla, y la sangre que antes era roja, se te empasta, se te empieza a poner negra. Ahí sí duele, pero eso no es nada, lo jodido es que sabés que estás a dos potreros del puesto, y montás pura fuerza del brazo, porque la pierna la tenés jodida y gracias a dios que el tobiano será mañoso y duro de boca, pero sabe el camino, porque quedás boleado, cruzado en el apero y sentís que te lleva al paso, y el campo se empieza a poner amarillo. Amarillo como el cielo, y de pronto ves todo negro y lo único que te brilla en la negrura son los ojos del bicho, esos ojos de demonio, y seguís escuchando por días y días ese ruido que es solo, que no se parece a nada, el trac, trac de tu carne que se rompe.

Y mañana el ladino va a estar ahí, tirado a los pies del patrón. Los dos tomando el fresco, y mientras Don Julio da las órdenes del día, cogotudo como siempre, el Rob se va a estar lamiendo las patas o descarnando algún hueso, igual que descarnaba mi pierna, mientras el viejo le pasa la mano por el lomo, le acaricia las orejas. Y yo: Sí, Don Julio; No, Don Julio, que no me vuelvo a meter con su perro; Sí, Don Julio, es así como usted dice; Sí, Don Julio, hay dos novillos caídos; No, Patrón, cazadores no son, son los perros cimarrones. Si, Patrón, que hoy mismo le arreglo el alambre.

Pero mirá, Turco: cualquier día de éstos, apenas el viejo podrido salga para la Capital  lo cargo al perro en la chata, me lo llevo derecho al bañado, y como que me llamo Carlos José Caballero, ahí nomás, le meto un corchazo en la boca.

 

 

Flavia Pantanelli nació en 1966. Es argentina, fonoaudióloga y cuentista. Se formó en Casa de Letras y en diferentes talleres. Sus trabajos fueron distinguidos en  concursos en Argentina, España,  México y Estados Unidos. Traduce del italiano y es editora. Publicó Haceme lo que quieras (Outsider, 2015 y Modesto Rimba, 2016), Carne rota (Modesto Rimba, 2015) y El extraño lenguaje de las casas, premiado por la Universidad del Estado de México (Universidad Autónoma del Estado de México, 2017).

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